Es conocida la parábola, que se atribuye al parecer por error a Albert Einstein, que ilustra magníficamente a mi juicio cuál es el origen de los males personales que laceran a la humanidad. La misma, al contrario de lo que hoy se expresa desde los púlpitos científicos y los medios de comunicación de masas, revela precisamente que la raíz más profunda del mal personal es espiritual.
La parábola a la que hago referencia tiene por protagonistas a un profesor eminente y su grupo de alumnos, y discurre con la sutileza que exigen las cuestiones filosóficas que tratan del ser en cuanto tal, de sus propiedades, y de sus principios y causas primeras. Léase por tanto con la atención que merecen los misterios del hombre y cuanto le rodea:
Un profesor eminente desafía a sus alumnos con una pregunta:
—¿Creó Dios todo lo que existe?
La respuesta, inmediata, llega de parte de uno de los estudiantes más decididos:
—Sí señor. Dios creó todo lo que existe.
El profesor en realidad ha lanzado ese desafió a sus alumnos porque malicia en su interior una idea infame: probar que la fe en Dios es un espejismo. Así, ufano, al profesor le asoma una sonrisa de suficiencia tras el comentario del chico. Era lo que esperaba oír. Por eso a continuación trata de envolverlos en su pérfido argumento:
—Entonces, si Dios creó todo, ha de ser también el responsable del mal. El mal existe. Y como el mal es obra suya, Dios es malo. ¿En qué queda por tanto el Dios paternal de los cristianos?
Entonces, durante unos segundos que parecen no acabarse nunca, todo el mundo en aquella clase contiene el aliento; mientras, el pobre estudiante que ha contestado en primer lugar a su prestigioso profesor esperando apuntarse un tanto, agacha la cabeza y permanece en silencio, considerando las razones por las que ha sido avergonzado en público. Y así da la impresión que quedará la cosa. Sin embargo, antes de que el profesor remate su razonamiento rompiendo la tensión sigilosa que preside el aula, otro estudiante levanta la mano y se dirige al profesor muy seriamente:
—¿Puedo hacer una pregunta, profesor?
—Por supuesto —dice éste, divertido.
Acto seguido el joven se pone de pie, y replica:
Acto seguido el joven se pone de pie, y replica:
—Profesor, ¿existe el frío?
—Claro que existe. ¿Qué pregunta es ésa? ¿Acaso usted no ha sentido frío?
—Verá, señor —responde el chico—. El frío no existe. Según las leyes de la física, lo que consideramos frío es en realidad ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto observable es susceptible de estudio solo cuando tiene o transmite energía, y el calor es precisamente lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. En este sentido, el cero absoluto es la ausencia total de calor. Y los cuerpos en los que el calor está totalmente ausente se vuelven inertes, ya no hay reacción en ellos, han muerto. Por eso el frío no existe. Únicamente hemos creado este término para describir cómo nos sentimos cuando no tenemos calor. Pero le pondré otro ejemplo, profesor —continúa el estudiante—. ¿Existe la oscuridad?
—Claro que existe —responde aquél, algo turbado—. ¿No es evidente?
—No señor. La oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. Por eso podemos estudiar la luz, no la oscuridad. Sabemos que la luz blanca se descompone en varios colores, con sus diferentes longitudes de onda. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina para que pueda verse. En cambio, ¿cómo puede saber usted cuán oscuro está un espacio determinado sin luz? No tiene manera de saberlo. Por eso, al igual que ocurría en el caso anterior, también el término oscuridad es usado por el hombre para describir qué sucede cuando no hay luz. Déjeme señor, para acabar, que le haga una última pregunta: ¿Existe el mal?
Visiblemente irritado, el profesor, que además se ha ido amoratando por momentos, contesta al chico alzando la voz:
Visiblemente irritado, el profesor, que además se ha ido amoratando por momentos, contesta al chico alzando la voz:
—¡Eso sí que es algo indiscutible muchacho! ¡El mal existe! ¿No lo dije al principio? A diario tenemos noticias de violaciones, de crímenes, de violencia en todas partes del mundo; el mal son todas esas cosas.
—Me tendrá que disculpar, profesor —concilia al final el joven, totalmente tranquilo, seguro de lo que está diciendo, corrigiendo por última vez a su soberbio maestro—. Pero no estoy de acuerdo con usted. El mal no existe, señor; por lo menos no tiene entidad propia; como le ocurre al frío y a la oscuridad. ¿Sabe qué es el mal? ¿Quiere que se lo diga? El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los hombres.
***
Pues bien, podría concluirse entonces que la raíz de todos los males personales, aquellos que más sufrimiento producen en el hombre, es espiritual. El mal espiritual es un mal por tanto capital, al ser cabeza de muchos otros males físicos y mentales que brotan en el hombre como consecuencia de aquél.
Por consiguiente, la ausencia de bien, de Dios en el corazón humano, es la causa última de todo tipo de males. De esta manera, los psicópatas son aquellos individuos en los que Dios está totalmente ausente. Réprobos en vida, cuyo reverso son los santos. Bienaventurados en vida. Esta es la tesis que defiendo en esta investigación, la idea madre; idea que, hasta donde yo sé, no ha sido nunca antes sugerida.
Sí, pero ¿Por qué? ¿Por qué hay esa ausencia casi total de Dios en los psicópatas? ¿Nacieron así o eligieron tener es ausencia? ¿Por qué tienen esa grave enfermedad del alma? Supongo que dará usted alguna respuesta en su libro. Otra cuestión a investigar es la realidad o no realidad del Diablo y su influencia en el mal que experimentan los humanos.
ResponderEliminarEfectivamente, en el libro respondo a esas y otras preguntas, y creo que con la hondura que merecen. Pero el lector juzgará al final si las respuestas le parecen o no satisfactorias. Con todo, no podrá ser aceptado este estudio por aquellos que niegan la cuarta dimensión del hombre, que es su vocación sobrenatural, reduciendo en consecuencia el fenómeno a un fenómeno puramente material. Por eso éstos en el fondo no explican nada, aun considerando su método el propio de las más altas ciencias. Si se mutila la dimensión espiritual de este fenómeno, no se entiende nada. Aquí, por tanto, la concepción antropológica es determinante.
EliminarEspero que si finalmente accede al libro, le resulte valioso.